21/10/10
Mientras el mundo viaja en tren, Argentina fecunda el amiguismo sobre ruedas
Un fenómeno en contrapelo de la tendencia mundial, se da en nuestra sorprendente Argentina. De Menem para acá se destruyó el ferrocarril para favorecer los negocios de transporte por camiones, ergo: Hugo Moyano. Ha crecido tanto en fuerza el gremio y el Secretario General, que hoy maneja la tranquilidad social del país, amenaza a empresas, inunda ciudades de mugre o en su nueva variante política, utiliza la fuerza de choque como forma de amenazar la paz social si no gana el kirchnerismo en las próximas elecciones.
Mientras Suiza terminó alborozado el túnel de 57 kms de largo que corre por debajo de los Alpes para acelerar las comunicaciones ferroviarias y abaratar el costo del transporte público y de carga, en Argentina el gobierno de Kirchner, consoliderador de muchas decisiones menemistas, le otorga mayor placet a su amigo Moyano para que genere fuerza propia y termine de imponer en el país el modelo de transporte caro, ineficiente, peligroso y altamente contaminante, como el del camión, precisamente en el momento en que todo el mundo va en contramano de esta tendencia.
Está probado que el tren es la herramienta más adecuada para recorrer enormes distancias en menos tiempo, mucho más económico que el transporte en rutas, más seguro y menos contaminante; sin embargo, como en Argentina hay que privilegiar el poder de los amigos, al interés nacional, éste gobierno, como el anterior y como los dos períodos de Carlos Menem, han contribuido al desmantelamiento y desaparición del tren, en pos de hacer grandes esfuerzos para que el rústico Hugo Moyano, que en su vida pensó verse sentado en la carpa del cacique, hoy llene estadios soñando con ser el Jimmy Hoffa del subdesarrollismo y atesore, como Riky Fort, asaltar la Casa Rosada por defecto.
El submundo político-sindical, en la búsqueda del poder, ha sumido a la Argentina a un destino de retraso y postergación, solo para favorecer los apetitos políticos de un sector, como el de los camioneros, que prácticamente puede detener el país, si lo deciden, debido a la enorme magnificación de la incidencia que han tomado en estos últimos 15 años, en la vida económica y laboral de los argentinos. Un paro general de camiones anula el abastecimiento de combustibles y mercaderías, colapsa los sistemas de seguridad e higiene en las ciudades, corta al país en dos e interrumpe las comunicaciones y el flujo comercial en todo el territorio, entre otras consecuencias. Esta enorme fuerza de movilización puesta al servicio grupal de los amigos prebendarios del gobierno que juegan a concentrar fuerza para lograr objetivos comunes: obtener el poder, es altamente peligrosa, pero a su vez es onerosa y destructiva del sistema de comunicación, cargas y transporte que mayor auge tiene en los países más desarrollados del mundo: el tren.
Suiza y Japón piensan en el tren como la solución de sus economías; nosotros, atestamos las de por si deficientes rutas argentinas, con enormes camiones que como hormigas, acarrean todo tipo de insumos y combustibles, llegando a esta parte de la Patagonia, por ejemplo, a encarecer más del doble el precio de un producto primario que en Buenos Aires se compra por monedas. Si a eso le agregamos los problemas de tránsito, los accidentes y los innumerables inconvenientes que presenta abastecer logísticamente al país solo por ruta, se hace inconcebible que un país como el nuestro, con una extensión superior a los 5.500 kms de norte a sur, no tenga un servicio ferroviario eficiente.
Hoy el gobierno nacional está concentrado en apoyar el proyecto político de Moyano, un sindicalista precario, ordinario, que transpira poca preparación y cultura y que como muchos se ha enriquecido en esa función sin que, hasta ahora, le haya llamado la atención a ningún Fiscal. Cruzado por la corrupción de los medicamentos, el apriete a empresarios, las amenazas permanente de cortes y desabastecimiento, el camionero a quien le cuesta articular dos palabras juntas, tuvo su momento de gloria en River y tal vez la política deba prepararse para asistir a una nueva traición como aquella que se pergeñó cuando Duhalde ayudó a llegar a Néstor Kirchner, pensando, tal vez, que el pingüino era, en realidad, un manso cordero patagónico.
Y Moyano va más allá e intenta blandir la bandera de la renta socializada al decir muy suelto de cuerpo “queremos ser socios de las ganancias”, como si en el país no existiera libertad de empresa o como si la propiedad privada estuviera abolida por las afiebrada aficción kirchnerista de compartir todo, menos lo que es de ellos. De la misma manera y envalentonado por el empujón oficialista, el camionero amenaza con salir “con Pablo (su hijo) y los pibes (camioneros)” a la calle, si ganara Cobos; una más del esquema K de comunicación medieval que utiliza los vectores de la brutalidad personificada (Bonafini, D´Elía, Moyano) para enardecer a una sociedad que necesita sosiego y Estadistas, no guerreros de papel con la lengua más larga que el perímetro de sus resumidos cerebros. (OPI Santa Cruz)